Quien tenga oídos para oír, que
oiga

Bravo


Impresionante ... ¡ Bravo !


Desde mi barco

Hay que aprender a quitarse de encima todo el manto de prejuicios por el que nos vemos cubiertos. Se que es un manto que proporciona calor y cobijo, pero es el calor y el bienestar que se puede experimentar en un fumadero de opio, en un submarino nuclear en el cual se haya estropeado el sistema de refresco del aire, o en uno de los nuevos vagones del metro cerrados herméticamente... Aire viciado, calor sedante para cuerpos y mentes. Calor y tech, sí, pero al precio de la pérdida de la independencia, pagando nuestro sustento con nuestra más abyecta alienación a unos valores huecos, totalmente superfluos... Competitividad...¿Qué es eso sino la más aberrada y aberrante forma de relación posible entre los seres humanos? Éxito ... Igualdad de oportunidades... Seguimos montados en el tren, pensando que no podemos bajar. Continuamos, tumbados en una esterilla, drogados por un opio de pésima calidad, dentro de un fumadero sin precedentes en la historia, por lo sutil y por lo impersonal, porque no sólo no conocemos quien o quienes se encuentran en la sala de mandos(porque existen, son seres de carne y hueso, pero sin corazón) sino que no somos conscientes, porque no queremos serlo, de que vivimos recluidos en un inmenso fumadero, nave de los sueños vácuos, surcando, o mejor, siendo surcados, por los mercados, alimentando la caldera mediante nuestras exhalaciones del humo opiáceo ... Surcamos en el barco mares infestados de miseria, atisbamos islas pobladas por extraños seres de estómagos abultados hasta lo hiperbólico ... Nuestro capitán de navío se prepara para recargar nuestras pipas. Nos anima a seguir fumando, mientras nos cuenta una bonita historia. Habla con dulzura de cosas que nadie entiende. Y desde luego, la sobredosis es tal que nadie hace intento de preguntar nada. Al contrario, inhalan con más fuerz de sus pipas, y se dejan llevar, extasiados, catárticos mediante el catlizador que resulta de la voz de nuestro capitán. Habla de las reformas estructurales del sistema financiero, de la austeridad para salir reforzados de las tormentas económicas, de la contingencia coyuntural de la mal llamada, por los piratas del anarquismo, crisis... Nadie entiende ni quiere entender nada. El capitán, observando que consigue los resultados buscados, ejecuta una mueca que quiere ser una sonrisa irónica. Todos los habitantes del barco inhalamos cos avidez de nuestras pipas recién colmadas. Nuestra nave-mundo comienza a aumentar su velocidad. Los nudos suben a una velocidad de crucero que presumo brutal. Prediciendo que en poco tiempo habremos perdido de vista tan curiosa isla, me animo a mi mismo, desde mi embotamiento mental y físico, a dejar por un momento de fumar lo que mi cuerpo exije, y fijo mi dispersa atención sobre la isla. Lo que veo es dicotómico, contradictorio a más no poder: la isla se encuentra llena de vida, rebosa vida. Infinitas plantaciones se extienden por toda la superficie visible desde la cubierta del fumadero-móvil, miles, millones de bosques más que desprenden un brillo de un verde tropical que me hace retirar la mirada, acostumbrado como estoy a vivir en la penumbra, fumando grandes pipas de opio talladas en Vietnam. Cientos, decenas de miles de animales de todo tipo, surcan las aguas, los cielos y los bosques... Comienzo a sentir una inmensa naúsea, y no se debe al vaivén del barco que me transporta, ya que he nacido, como todos, dentro del mismo (debe ser por est causa que los bebés, hasta que no alcanzan cierto tiempo sobre la cubierta, tengan tendencia a la vomitona) Mi naúsea se agudiza, y tampoco es debido al opio mal cortado, ya que es parte de mi organismo desde que tengo vagos recuerdos, muy vagos relmente... No... No puedo aguantar más el horror que se acumula en mi estómago, mi cabeza está a punto de estallar por todos sus puntos ... ya no soy el yo drogado, soy, en esos momentos, la propia nausea hecha carne. Me quiebro de forma tajante y casi inmediata, mi cabeza casi golpea la superficie de la cubierta, un latigazo salvaje recorre mi esófago, mis labios se pliegan como los de una anaconda cuando está comiendo, y mi boca se descoyunta hasta los límites que preceden al desgarro total. El chorro brota de mi interior. Mana como el cuerno de la abundancia. Mana sin censura, sin cortes, de una forma casi estética por lo surrealista. Diré lo que me provocó la antedicha reacción: cuando vi todas aquellas hermosas cosas en la isla citada más arriba, vi, al punto, fuera, separadas de toda esa impresionante creación natural, miles, millones de gentes, de todo tipo y condición ... Me miré a mi mismo. Miré mis pálidas piernas, mis pálidos brazos. Entonces comenzó la naúse más horrible que jamás hubiera experimentado nunca. Miré entonces hacia mi centro, hacia mi panza ... Pensé: son personas, son hermanos y hermanas. La naúsea comenzó a apoderarse de mi, pero no pude evitar el volver a mirar, esta vez con más detalle, por muy fuerte que fuera la desagradable sensación. Me impelí a mi mismo a mirar, casi de forma obsesiva. Mientras movía mis ojos hasta que los rayos de luz emitidos desde la isla pudieran entrar perpendicularmente a mis pupilas dilatadas, otra imagen interumpió el camino que me impuse, y se posó sobre un objeto. Cogí el catalejo, y sin pensarlo, lo acoplé como si fuera una extensión de mi ojo derecho. Guiñé el izquierdo y empecé a realizar las maniobras de enfoque. Cuando mi vista se adaptó a la luminosidad desprendida desde la isla, sentí inicirse el latigazo desde la boca de mi estómago. Lo demás, por lo desagradable, huelga decirlo. Pero realmente, lo que fue desagradable sin simil posible, fue lo que me hizo echar hasta la útima y mas ácida de mis bilis. Ese inmenso grupo de personas que pude ver, mediante la hábil combinación de lentes soportadas en un cilindro de madera, era de misma raza: eran humanos. Todos se situaban en un extremo de la isla, de pie, estáticos, mirando al vacío. Era como si no vieran el barco desde el cual yo les observaba a ellos. Cuando pude acercar mas mi óptica a sus rostros, entendí el porque de tan extraña actitud. No tenían ojos. Sus cuencas oculares, en lugar de contener ojos, emanaban sangre semicoagulada. Observé como no todos estaban en pie. Había una inmensa cantidad de ellos, que yo, al primer vistazo, había confundido con un barrizal o una superficie cenagosa sobre la que se hayaban enmabarrados hasta las rodillas los demás, y los niños hasta el pecho... ( Continuará )

5 comentarios:

  1. Victor, todos sus textos son como búnkeres gigantes sin ventanas. Separe, se lo suplico, su texto en párrafos.

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  2. Es lo que tiene la escritura qüasi-automática. De todas formas, gracias por tu consejo, mi querido amigo, trataré de introducirlo en mis automatismos cotidianos. Parrafearé mi vida, incluso mientras defeco... Ergo eyectaré excrementos cual cervatillo silvestre. ¿ se acerca ésto último al menos un poco a sus exigencias, mi querido seudo-neo-burgués?

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  3. No es que sea un exigencia mia (que también lo es) es que considero que sus intenciones van encaminadas a las comunicación con las personas.
    Mi lógica, consecuentemente, me lleva pensar que como las personas son vagas y los textos son intelectuales y llenos de frases subordinadas y palabras inusuales y como además la primera impresión visual es ese impenetrable sistema montañoso, pues... la consecuencia es... es obvia, verdad?
    Y esto es solo considerando la lectura de los textos, luego para que la ideas y los conceptos se aparezcan con su lectura es cuanto menos difícil.

    asi que mejor pongamos las cosas fáciles muchacho!

    Asi como por casualidad, cómo se encuentra? dónde esconde usted sus carnes?

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  4. Saludos, querido ... O así es al menos como hablan los aristócratas [...]

    Te agradezco, sin dudarlo un ápice, tus acertadas observaciones, como siempre. Trataré de tenerlas en cuenta en mis próximos escritos. Estoy muy de acuerdo en la ociosidad de la inmensa mayoría. Tengo curiosas teorías e inferencias al respecto. Somos tan ociosos que hasta creamos creamos grandes templos, cada vez mayores, para la ociosidad.
    Le diré que escondo mis carnes bajo un manto de piel, como siempre he acostumbrado a hacer. Me encuentro en Madrid. Deberíamos interactuar por skype.

    Salute

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